jueves, 17 de julio de 2008

Príncipes, doncellas y violencia de género

Rapunzel es un buen ejemplo de violencia de género: la regalaron, al nacer, a una vieja bruja para saldar una deuda paterna (me pregunto si lo habrían hecho de haber nacido hombre). Cuando creció, su madre adoptiva la privó de la libertad encerrándola en una torre para evitar que la abandonara; por su condición de género, la chica debía permanecer a su lado para cuidarla en su vejez.

 Al enterarse de su existencia, un príncipe educado para salvar a doncellas desvalidas subió con engaños hasta lo alto de la torre y prometió liberarla. Cuando la bruja descubrió la afrenta, enfureció y decidió cortarle las alas –el cuento dice que le cortó el cabello-.  La joven, que jamás se había planteado a sí misma una vida diferente, esperó a que el caballero andante resolviera la situación y asumió la deuda del rescate. Nadie le había dicho que podía negarse por su cuenta al injusto destino que le habían impuesto.

 Hasta aquí conocemos la historia; acerca del desenlace final nos han mentido. Rapunzel y su príncipe no vivieron felices para siempre. Establecieron una relación desigual, en donde el poder lo ostentaba y ejercía él y en donde ella se acomodó durante un tiempo, sintiéndose liberada de su asfixiante mamá postiza. Ya no estaba encerrada en la gran torre, su cautiverio cambió de forma, se volvió más sutil: ahora era la esposa del poderoso príncipe y, más tarde, la madre de los vástagos herederos. Su existencia siguió siendo anulada, su presencia era invisible fuera de los muros del castillo y, aún al interior, su hacer no era considerado importante. 

Transportada a otra época con el poder que tienen los cuentos infantiles de viajar en el tiempo, la protagonista de esta historia supo que había sido sujeto de diversas manifestaciones de violencia de género. Aunque su príncipe jamás la había golpeado, pues casi nunca rompía las formas, cuando llegaba a perder el control le decía cosas hirientes o la ignoraba del todo; era un especialista en minarle la autoestima y se aseguraba de hacerla sentir que, sin él, no podría salir adelante. Así que se sentía impotente y, resignada, se mantenía a su lado.

 Me alegró mucho volverla a ver, hace poco, en la sala de espera de nuestra psicoterapeuta en común. En seguida noté la nueva luz que salía de su mirada: reflejaba entendimiento, decisión y fe en sí misma; era la luz de la valentía para atreverse a generar el cambio en su propia vida. Se transformó en un ser humano que se sabe merecedora de respeto y de amor, y que no acepta menos. Ese sí que es un final feliz. 

Como Rapunzel, millones de mujeres en el mundo, y en nuestro país, son sujetos de la violencia de género, del abuso del poder sobre los más débiles. El primer obstáculo para vencer la indignante naturalización de este tipo de violencia (eso que nos impide meternos en asuntos ajenos cuando somos testigos de una golpiza propinada a la esposa del vecino porque, “uno nunca sabe, algo habrá hecho para enfurecerlo”), es el silencio.

 La violencia de género incluye un amplio espectro de conductas que pueden resultar en daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer. De acuerdo a la Ps. Susana Velázquez, sus manifestaciones van desde actos, hechos y ataques materiales, hasta amenazas, omisiones o maltrato psicológico que vulneran “su libertad, dignidad, seguridad, intimidad e integridad moral y/o física.”  El miedo, la vergüenza y la ignorancia son algunos de los factores que nos impiden denunciar. La consecuencia, según afirma la Soc. Julia Monárrez Fragoso, es un ambiente de impunidad en el que se da el fenómeno del Femicidio. Definido como “un continuo sistemático de violencia” , se manifiesta en actos tan sutiles como la exigencia social de una determinada figura del cuerpo femenino, pasando por la cotidianidad de las dobles jornadas de trabajo y llegando hasta el aterrador escenario del asesinato misógino de las muertas de Juárez, su grado máximo.

 La denuncia es el camino de regreso a casa, el camino hacia el reconocimiento de nuestros derechos humanos y hacia la erradicación de la impunidad tolerada por todos los que, con nuestra apatía, nos convertimos en cómplices, víctimas y victimarios.

 INDICADORES EN LA ZONA METROPOLITANA DE LA CD. DE MÉXICO

*         Uno de cada tres hogares sufre algún tipo de violencia intrafamiliar.

*           Son expresiones de maltrato emocional los gritos y los insultos; se consideran intimidaciones actos como empujones, jaloneos y amenazas verbales. Algunas manifestaciones de violencia física son el abuso sexual, golpes con el puño o con objetos, bofetadas y patadas.

*           Por cada 100 receptores de violencia, 96 son mujeres y 4 hombres. De los generadores de violencia, nueve de cada 100 son mujeres y 91 hombres.

 Fuente: Instituto Nacional de las Mujeres, http://www.inmujeres.gob.mx/

 Para leer más: Susana Velazquez, Violencias cotidianas, violencia de género. Paidós, Buenos Aires, 2003; Julia Monárrez Fragoso, entrevista publicada en Triple Jornada-Mexico.

 Rompe el silencio y pide ayuda: En el D.F., Línea Sin Violencia, del INMUJERES, a través de LOCATEL, Tel. 5658-1111. También pudes acudir a la Unidad de Atención y Prevención de la Violencia Intrafamiliar (UAPVIF) en tu Delegación, para recibir orientación psicológica, médica y jurídica. En los Estados: Las UAPVIF te dan orientación en el Tel. 01800-911-2511 (Lada sin costo).

 *Publicado el  28 de enero de 2004 en Milenio Diario, p. 38

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