domingo, 13 de julio de 2008

El encuentro

El otro día, en el desván abandonado de los sinsabores, me encontré con la muñeca fea. Estaba armando un soliloquio que decía así: “¿Tengo manita o no tengo manita?”  Parecía que había perdido la razón. Pero lo que había extraviado, era la manita que le daba su marido antes de abandonarla, robándose con ello su sentido existencial.

Un día, sin más, el muñeco anunció su partida. Se sentía mejor al lado de una bailarina lamparita –bien rellena de algodón y vida propia–, que iluminaba orgullosa la mesita de noche. Le estaba agradecido a la muñeca fea, pero debía seguir su propio camino.

Ella siempre se  había considerado una excelente compañera para su atribulado esposo, a quien cuidaba con absoluta entrega. Y si tan bien lo atendía, pregunté, ¿por qué estaba atribulado? La pregunta la tomó por sorpresa y, apenada, tuvo que admitir que su ex era adicto a la Lotería. Solía apostar –y perder– hasta 20 frijolitos en una sola ronda. Entonces llegaba a casa derrotado y lleno de culpas que ella curaba con paciencia, rescatándolo del lastimoso estado. Agradecido, recuperaba su dignidad y  el cuento volvía a comenzar.

Pese a la preocupación que le causaba en esos momentos, la muñeca fea se sentía importante y necesaria cuidando, limpiando y consolando a su amado quien, hecho un guiñapo, la miraba con una mezcla de agradecimiento y culpa. Después de eso, pensaba ella, no podría negarle nada y la amaría para siempre.

Ahora, al verlo alejarse, la incrédula monita sentía que caía en el obscuro precipicio de su vacío interior. Era cierto, se había olvidado de ella misma, pero eso era porque apenas tenía tiempo para sí, de tanto que se esforzaba en cuidar de él.

Mil ideas le vinieron a la cabeza: seguro que la próxima vez que jugara y regresara quebrado al lado de su engreída bailarina, ella no se lo soportaría. No tendría más remedio que volver a casa, en donde su verdadera esposa estaría esperándolo una vez más.  ¿Y si lo invitaba a conocer el nuevo Bingo, para provocarlo?

Su pensamiento iba de un lado al otro. También estaba indignada: ¡era inaudito!, ¿cómo podía abandonarla después de que ella le había entregado su vida? Se sentía desolada y no dejaba de preguntarse cuál había sido su error. ¿De qué manera podría continuar si él se había llevado su corazón? Desdichada y confundida, pensaba que si tan sólo él recapacitara, si se diera cuenta de lo mucho que ella valía y de lo buena que era, si no la hubiera dejado de amar… ella seguiría siendo feliz.

 La magia

Tras escuchar toda su historia, de mi varita mágica brotó una frase montada en una fila de puntitos luminosos: Palabra clave: codependencia. Verdad: la llave de la felicidad nunca está en el exterior, sólo tú la posees. Idea: ámate y cuídate primero a ti misma, para estar llena y poder dar sin vaciarte después.

Mi primer impulso fue seguir batiendo mi varita mágica, tal vez lograra sacarle suficiente información para arreglar la situación. En seguida me di cuenta de mi error. En principio, la magia no sirve para provocar el entendimiento; eso depende del trabajo personal. En segunda instancia los cambios sólo pueden generarse desde dentro; sólo tú puedes ayudarte a ti misma. Abrir los ojos y reconocerte en el espejo de otros es el primer paso.

La codependencia es una enfermedad, resultado del amor malentendido, que se sustenta en la necesidad, la culpa y la falta de sustento personal. Quienes padecen de esta condición establecen relaciones basadas en la manipulación, la sobreprotección y el control. Por lo general –aunque no necesariamente–, se relacionan con personas que tienen algún tipo de dependencia (i.e. al alcohol, a las drogas, a la comida, a las relaciones, al sexo, al trabajo, etc.). Suelen sobreprotegerlos y “salvarlos”, ejerciendo con ello su poder de manipulación. Los codependientes tienen la certeza de ser indispensables para el otro y, por tanto, se sienten imposibilitados para abandonar esa relación.  Con ello, generan un círculo vicioso que es difícil, pero no imposible, de romper.

Madonna Kolbenschlag afirma que, en la mayoría de las culturas, la socialización de la mujer le genera una gran necesidad de aceptación, por encima de su propio bienestar, propiciando actitudes de servicio y sacrificio por  el “otro”, quien le da sentido a su existencia. Por su parte, Robert Burney afirma que el hombre, es educado para entregar el poder de su autoestima a su éxito económico y su capacidad de autocontrol. Ambas programaciones generan relaciones de codependencia destructivas y dolorosas.

Hacen falta humildad y claridad para darse cuenta, amor propio, autonomía y fuerza de voluntad para cambiar; el apoyo de un grupo de autoayuda y la información son fundamentales.

Para leer más: Melody Beattie, Guía de los doce pasos para codependientes, México, Quinta reimpresión, 2003, editorial Promexa. Barnetche de Castillo, María Esther y otras, Quiero ser Libre, de la Codependencia a la Coparticipación Positiva, México, Vigésimo Primera reimpresión, 1999, editorial Promexa. Robert Burney, Codependence: The Dance of Wounded Souls, 1a.  edixión, 1995, ed. Joy to You and Me Enterprises.

Recursos: 

Codependientes Anónimas, CODA. Charco Azul No. 16, Depto. 4. Esquina La Castañeda. A tres cuadras del Metro Mixcoac, D.F. Teléfono: 56-11-59-81 

En internet:  http://codependencia.wordpress.com/

Publicado en Milenio Diario (D.F.), el 19 de enero de 2004

No hay comentarios: