martes, 8 de julio de 2008

Un hada urbana, aprendiz de malabarista

Mi día típico incluye una rápida sesión de magia matutina para ordenar en mi cabeza los cientosetentaytres pendientes del día. Y es rápida porque, por lo general, tengo apenas unos segundos para hacerla, tiempo que transcurre entre que escucho el chillonsísimo sonido de mi despertador personal y que me desplazo –con pantuflas, bata y mi mejor sonrisa puestas–, a darle los buenos días. Al verme, mi aún activada e infalible alarma humana grita divertida: “Mamáaaaa, ¡ya es mañana!”. Cuando mi hija me echa los bracitos al cuello comienza la irremediable carrera que dura todo el día: Vida Cotidiana, obra completa en tres actos.

Primer acto: regaderazo, ritual de vestido, desayuno, su entrada a la escuela, minireporte de su maestra, regreso a la casa-oficina, lectura del periódico, enchufe cerebral a la computadora, recados telefónicos, nuevas citas que apuntar en la agenda, reuniones de trabajo, primer intercambio coherente de palabras con mi esposo –vía telefónica–, los pendientes de la casa. Segundo acto: la salida de mi hija del jardín de niños, comida juntas, su tarea, más llamadas, “y ¿si vamos al parque?”. Tercer acto: su baño vespertino, cena, ritual nocturno (lavarse los dientes, leer un cuento, cantar una canción) y ¡a roncar! Bueno, ella, porque yo continúo con una post data: sobremesa con mi marido, recuento del día, “Dame otro ratito para terminar de contestar los mails”, “Ya me dio la una de la madrugada…y todavía tengo que meditar. Está bien, sigo mañana”.

 

Lo que pasa es que soy una aprendiz de malabarista. En un inicio era sólo un hada, un hada urbana que con el poder de su varita mágica podía coordinar, con bastante eficiencia, sus múltiples actividades. Hasta que un día, se agregó a mi lista de responsabilidades una más: me convertí en mamá. Entonces, mi magia se volvió insuficiente; ya no requería tan sólo hacerme cargo de mi vida, sino que además era necesario hacer un acto de equilibrio en, por lo menos tres pistas, para combinarla con la abrumadora tarea de guiar también una segunda vida, la de mi hija.

Siempre he confiado en mis habilidades y esta ocasión no fue la excepción. De inmediato comencé el entrenamiento para dominar el arte de la acrobacia y encontrar la armonía y la paz interior. Mi graduación sigue pendiente, pero mi práctica diaria es un verdadero deleite –y a veces no tanto-. Hoy día, haciendo uso de todo mi poder, tengo la extraña capacidad de volverme muchas para poder llevar a cabo mi mayor aspiración: estar presente en mi propia vida y no sólo en la de los demás. Es por esta recién adquirida aptitud que ahora me conocen como una multiplikhada. Se, a ciencia cierta, que en estos días muchas tenemos esta misma vocación. Si tú eres una de ellas, tenemos mucho que compartir.

Por lo pronto, te invito a formar parte de este nuevo espacio en el que reflexionaremos juntas sobre lo que, a veces, nos hace falta para convertirnos en verdaderas multiplikhadas; mujeres plenas y completas, que viven sin culpas a sabiendas de que persiguen sus sueños por derecho propio; mujeres felices que hacen su mejor esfuerzo por contagiar a quienes las rodean de su capacidad de gozar de la vida con intensidad. Hablaremos de los vicios, cadenas y actitudes aprendidas que nos impiden llegar a ese lugar interior en donde se encuentra la congruencia y la capacidad de amarnos y valorarnos por lo que somos; meditaremos sobre la manera en que el sistema patriarcal en que vivimos nos condiciona y educa para perpetuar comportamientos y conductas que nos limitan a nosotras mismas, y que más tarde nos convierten en amarras para otras mujeres con quienes convivimos. A través de anécdotas, cuentos y personajes de la cultura popular, correremos el telón que nos impide ver formas diferentes de vivirnos como mujeres y de interactuar entre nosotras y con los hombres a nuestro alrededor. Descubriremos caminos para unirnos a la construcción de un mundo más equitativo para todos, pues conforme nosotras adquiramos autonomía y libertad, ellos también se liberarán de los grilletes impuestos por el sistema jerárquico que les da el poder de la supuesta superioridad.

Para crear algo, primero es necesario pensarlo. Generemos pues, con el ejercicio de la reflexión, mejores alternativas de vida y convivencia en nuestro entorno y demos rienda suelta a la posibilidad del cambio.

Publicado en el Periódico Milenio (D.F.) el 12 de enero de 2004.

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