miércoles, 24 de octubre de 2012

Soy mamá

Soy mamá. Sí, es cierto, lo soy. Soy una señora de 43 años, mamá de una niña casi adolescente que camina con paso firme hacia su independencia y de un niño de cinco años que no sabe si quiere ser grande o quiere volver a ser bebé. Y yo soy su mamá.


La repetición de la frase soy mamá en el párrafo anterior no es un error de redacción. Es una afirmación: soy mamá y lo estoy disfrutando.

Quienes me conocen saben que éste es un tema nada trivial en mi vida. Desde que fui mamá por primera vez, hace doce años, me la he pasado haciendo malabares no sólo para no descuidar ninguno de los roles de mi vida porque los considero todos importantes, sino para reconciliarme con mis roles de "señora y mamá" que no terminaba de encajar en mi auto imagen. Y bueno, todo por su propio peso cae, hasta esto.

La plena conciencia y aceptación de mi condición de mamá me llegó en el momento menos esperado pero más oportuno, como suele suceder. Mi niña entró en esa tierra de nadie que nos obliga a todos a dejar atrás la infancia; sí, dejó de ser niña, mi niña. Y me encanta. Al principio me asusté, fue un susto inesperado porque siempre había pensado que yo sería una mamá cool que disfrutaría inmensamente ver a mi hija transformarse poco a poco en mujer. Y bueno, sí lo disfruto, pero también me entró un nervio y una angustia indecibles cuando me vi parada ahí, en ese umbral, mirándola alejarse hacia su adolescencia y sin saber muy bien si yo sería capaz de hacerle sentir mi amor, mi compañía, mi apoyo y mi protección en ese trance.

Apenas cruzamos ese umbral, pero a escasos pasos de haberlo hecho me siento como me imaginaba que me sentiría: contenta y emocionada de verla crecer y sentirla a mi lado. Me siento más mamá que nunca, tengo muchas ganas de compartirme con ella, de mirarla detenidamente, de compartir sus sueños, su música, de conocer a sus amigos y compartir las cosas que nos gustan a ambas. Su compañía ha sido un deleite desde siempre y lo es cada vez más.

Ser mamá de una adolescente es una experiencia increíble y enriquecedora. La descubro descubriéndose, me asombra mirar su asombro y me emociona verla segura de sus pasos. En este momento puede comerse el mundo: eso cree ella, y yo también. Y para lograrlo despliega todo lo que es y todo su potencial y absorbe en ello mi tiempo y energía. Y me gusta.

Por primera vez en muchos años no tengo ganas de hacer malabares en cinco pistas; tengo ganas de estar en una sola, a su lado, mirándola crecer.

Menos mal que mi experiencia en malabares se ha ido perfeccionando, porque su hermanito, de 5 años, me requiere en todas las demás pistas de este circo de infinitas acrobacias que es la maternidad y, claro, también y con todo mi corazón estoy para él. Así que, sigamos, que la vida trae su propio ritmo y éste no es el momento de perder el paso.

Retomemos pues las crónicas. Bienvenidos de nuevo.

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