lunes, 9 de mayo de 2011

Girar al ritmo de las luciérnagas

Para Alan y su caballito de madera

De pronto pareciera que mi vida es un maratón. No importa si no tengo nada extraordinario en mi agenda, la sensación de ir corriendo jamás me abandona. "Soy como un trompo", le dije el otro día a un amigo entrañable. "Tengo que girar a toda prisa sin parar, porque si paro me caigo." En ese momento me vino a la mente la hermosa imagen de un trompo girando y perdiendo velocidad poco a poco, hasta detenerse. Y caí en cuenta: el trompo no tiene a donde caer. Sólo se detiene. Su cuerpo pierde el equilibrio para el movimiento, pero se posa en paz sobre un costado y sólo queda quieto, en paz, tan perfecto como siempre, esperando la próxima ocasión para jugar. No cae, no muere, no pierde su capacidad de ser veloz y de llenarse de energía. Sólo pausa y se recarga con elegancia en la superficie. Es.

Tal vez soy como el trompo. Tal vez no pase nada si me detengo de vez en cuando, respiro, tomo aliento y me dejo ser.

Anoche, mientras pasaba a toda prisa frente a la ventana que da al jardín, de reojo vi la primera luciérnaga de la temporada en mi jardín. Me regresé y me quedé mirando a través del vidrio aquella lucecita que elegía sin prisa donde detenerse. Sentí tanta paz. Me quedé con la sensación de tener esa luz en mi pecho, cálida y amable. Y seguí con la rutina nocturna.

Y con las luciérnagas llegó el contentamiento. Mientras abrazaba a mi hijo para llevarlo a la cama tuve una deliciosa sensación de conciliación. Cuando me detuve a ver la sonrisa de mi hija, ya dormida y sentí tanto gozo, lo supe. El ritmo de mar en calma de mi visitante luminosa lo había logrado: detuvo el trompo y lo dejó posado sobre el cálido ambiente de mi hogar, disfrutando cada una de mis bendiciones.

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