Lo cortés no quita lo misógino
Recientemente conocí a un hombre que me impresionó por su claridad de pensamiento, en especial en lo que se refiere a la honestidad, la congruencia y la integridad. Lo que también me llamó la atención es que, pese a tener tan claros estos conceptos, su discurso estaba teñido de misoginia. Él mismo se sorprendio cuando se lo dije, y de hecho me respondió que era la primera vez que alguien le decía misógino.
Definiciones
Empecemos, pues, por las definiciones. Según la Enciclopedia de Teorías Feministas, misoginia “es la denigración y/u odio masculino, explícito o implícito, hacia la mujer y recientemente hacia el feminismo… Los estudiosos … analizan la misoginia que objetiviza a la mujer a través de la publicidad y los medios, reduciéndola a un ser sexual y a un cuerpo.”1 En un ciclo de mesas redondas organizado por académicos de la UNAM sobre este tema, la definieron como “una negación del sexo femenino que se manifiesta con maltrato físico, la devaluación de la persona, humillaciones, insultos e incluso heridas con armas de fuego o desigualdad en la impartición de justicia.”2
En dónde se ve
Si analizamos incluso superficialmente esta definición, nos daremos cuenta de que vivimos en una sociedad altamente misógina. ¿Por qué, si no, se utiliza de manera generalizada el cuerpo de la mujer como principal gancho de la mercadotécnia? Habrá quién se pregunte, “pero ¿qué tiene de malo que las mujeres anuncien esto o aquello?” El problema viene cuando el cuerpo femenino se convierte en un objeto más, como si fuera éste el que estuviera en venta. Pasa lo mismo con las “edecanes” que, con minifalda y ombliguera ostentan orgullosas el logo de cualquier marca en un evento deportivo; ningún hombre se acerca porque esté interesado en el promocional que la chica reparte, sino para ver más de cerca su escote. Y no es una cuestión de puritanismo; es un hecho que a hombres y mujeres nos atrae el cuerpo humano, y como dice Inés Marrón refiriéndose a los espectaculares que anuncian ropa interior, “lo más seguro es que, si usted maneja, desacelere para sentirse ofendida, atraída, encantada, enojada, tentada o divertida ante esos anuncios…”3 Se trata simplemente de darnos cuenta de la manera en que el cuerpo femenino se utiliza de esa manera para fines comerciales. Es una manifestación de la misoginia que, al volverse un lugar común, sienta precedentes para obviar otras prácticas de la misma naturaleza y mucho más amenazantes para la integridad física de cualquier mujer.
Ejemplo claro de esto es el famoso “piropo” callejero. Trata de explicar a un hombre por qué a la mayoría de las mujeres estos supuestos halagos nos molestan, y verás el trabajo que les cuesta entenderlo. Tal vez algunos piropos tengan una genuina intención de elogiar, pero difícilmente lo logran. Las expresiones utilizadas en esta práctica suelen manifestar una relación de poder inequitativa, en la que el más poderoso –por su fuerza física- manifiesta un tipo de agresión verbal, que se suma a los diversos tipos de violencia que se viven en la cotidianidad actual. Vivianne Hiriart dice que es “como si los hombres sintieran que tienen derecho a manifestarnos sus más bajos deseos e intimidarnos con ellos”4. Podría tratarse, como me han argumentado, de una cuestión de percepción; pero en todo caso indica una ostentación de poder sobre alguien más débil y en circunstancia de desventaja. De lo contrario, estos mismos hombres dirían los mismos “piropos” a su jefa en el trabajo y esperarían que ella los tomara como un punto a favor para considerar un aumento de sueldo. Probablemente utilicen esa estrategia, pero estoy segura de que jamás la pondrían en práctica con una expresión tan corriente como “mamacita, que buena estás”, ¿verdad?
La misoginia en ti y en mi
La misoginia se pone de manifiesto en muchos de nuestros usos y costumbres: albures, chistes, canciones, prejuicios en torno a la capacidad de la mujer en cualquier campo de acción (por ejemplo, “las viejas” no saben manejar), insultos en los que se hace referencia a la madre con una connotación explícitamente sexual, entre otros. Y desde este punto de vista, no podemos decir estrictamente que sólo hay hombres misóginos; muchas mujeres, por la forma en que nos expresamos y actuamos, también podemos caer en esta categoría.
Es difícil salvarse de estas prácticas cuando están tan arraigadas en nuestra sociedad. Hay que hacer un esfuerzo conciente para evitarlas y aprender a expresarnos de forma respetuosa hacia hombres y mujeres. No tenemos por qué utilizar expresiones que denigren a persona alguna. Todos somos dignos de respeto. Tratemos de alcanzar esa congruencia de la que hablaba en el primer párrafo: si quiero ser honesta, íntegra y congruente y digo estar comprometida con la defensa de los derechos de la mujer, haré un verdadero esfuerzo por evitar a toda costa actitudes o expresiones que la denigren en cualquier forma. Te conmino a hacer lo mismo.
Para leer más:
1Lorraine Code, Ed. Encyclopedia of Feminist Theories. Routledge World Reference. New York: 2002.
2Aleyda Aguirre, “Misoginia, construcción social de la que casi nadie se salva” en Triple Jornada, No 64, diciembre del 2003 (http://www.jornada.unam.mx/2003/dic03/031201/articulos/64_misoginia.htm)
3Inés Marrón, , “La piel exhibida” en Revista del Consumidor, Número 314, Procuraduría Federal del Consumidor, D.F.: abril de 2003.
4Vivianne Hiriart en Leonardo Tarifeño, “La capital del piropo [o aquí les tocó vivir ‘macitas’]” en DF por Travesías, Número 10, Editorial Mapas, S.A. de C.V., D.F.: febrero de 2004.
Este artículo fue publicado en Milenio diario el 15 de marzo de 2004.
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