sábado, 13 de septiembre de 2008

De ángeles y de diablos

¿De dónde sale el sufrimiento? Y no hablo del dolor, ese que te da en el dedo gordo cuando te pegas con la pata de la cama, ese que te punza en la cabeza cuando tienes jaqueca. No, estoy hablando del sufrimiento que se siente en un lugar indefinido entre el estómago y el pecho, disparado por acontecimientos inesperados. Hablo de ese que nos causa desazón y pensamientos recurrentes de flagelación y autodefensa. Byron Katie afirma, en su libro Amar lo que es, que el sufrimiento proviene de nuestro propio pensamiento y que es absolutamente opcional. En lo personal considero que proviene del desencuentro entre nuestros deseos y nuestra realidad o, lo que es lo mismo, de la desafortunada existencia de las expectativas.


He aquí un caso real: más allá de las creencias religiosas, los conceptos del bien y del mal están presentes en nuestra cultura occidental de forma muy marcada, como dos valores que delimitan la ética del comportamiento humano en este hemisferio cultural.* Por ejemplo, en los últimos días un ángel y un diablo me siguen los pasos. Mi ángel es esa voz optimista que valora mis esfuerzos cotidianos, que se entusiasma con mis ideas y proyectos, que cree en mí. Mi diablo, por el contrario, se burla de mis sueños, se ensaña señalando mis debilidades, me desalienta con su cinismo y no valora los pasos que doy para alcanzar mis metas; me llena de dudas y de miedos y me infunde pesimismo. Ambas voces hablan al mismo tiempo: una me alimenta el ego –fomentando al mismo tiempo mi zona de comfort-, la otra me enturbia el panorama y me provoca con su constante descalificación. 


Hay una cosa buena que le reconozco a mi diablo: me pica el orgullo –prueba feaciente de mi egoica existencia- con suficiente fuerza para echar a andar el motor de mis mejores potenciales. Después de todo, un golpe (al ego, lo aclaro) genera movimiento; un apapacho (aunque sea al ego), nos mantiene cómodamente sentados en el sillón. 


En cualquier caso, si les pongo demasiada atención, me aturden y me desenfocan. Lo mejor es escuchar mi propia voz, esa chispa de sabiduría interior que sabe muy bien cuando voy por buen camino, cuando estoy a tono con la música de la congruencia y de la integridad. Percibiéndolas desde este lugar, ambas pueden cumplir la misma función (aún cuando tengan motivaciones completamente distintas): convertirse en señales en el camino, indicadores del rumbo que va tomando mi accionar en la vida, antorchas que alumbren el sendero que yo quiero seguir.


Se dice mucho que las mujeres somos indecisas… tal vez tenga que ver con que también somos muy perceptivas y solemos tener la capacidad de escuchar todas las voces. A veces es difícil definir si la voz en cuestión es la de nuestro diablo o la de nuestro ángel; a veces esa incertidumbre provoca confusión y sufrimiento. Aquí el secreto es no detenerse a tratar de encontrar la respuesta en medio de la algarabía de opiniones encontradas, sino atrevernos a escuchar a nuestra propia voz que, seguramente, descubrirá el denominador común entre las fuerzas del bien y del mal: su carácter de catalizadores de nuestras mejores posibilidades.


“Cuando creemos en nuestros pensamientos, en lugar de en lo que es realmente verdadero para nosotros, experimentamos el tipo de desasosiego emocional que llamamos sufrimiento. El sufrimiento es una alarma natural que nos alerta de que nos estamos apegando a un pensamiento; cuando no escuchamos, llegamos a aceptar ese sufrimiento como una parte inevitable de la vida, pero no lo es.”1


No escuches los rebotes del pensamiento reactivo, no inventes historias con los retazos de opinión colectiva. Mejor deten tu pensamiento, encuentra el equilibrio del silencio interior, y mira lo que es sin la parafernalia de las expectativas o, como dicen los budistas, vive el aquí y el ahora. ¡Pero ya!


Para leer más:

1Byron Katie, Amar lo que es. Cuatro preguntas que pueden cambiar tu vida. Ed. Urano, Barcelona: 2002.

D.E. Harding, Religions of the World. Ed. Heinemann, London: 1966.

Sangharákshita, Budismo para Principiantes y Maestros. Ed. Fundación Tres Joyas


*Este no es el caso en otras sociedades en las que los valores de la estética son de mayor importancia que los de la ética. Ejemplo claro de esto es la religión Shinto, practicada en el Japón; una religión animista, de culto a los diversos elementos de la naturaleza, en donde el valor máximo no es la bondad, sino la belleza (entendiendo por ésta la armonía de todos los elementos en el mundo  natural). O la religión Budista, en la que no existe un concepto de bien y mal, sino uno mucho más objetivo de causa y efecto. En ésta, las acciones no están sujetas a juicios de valor, especialmente no por parte de un ser superior; en cambio, esta filosofía de vida ratifica la “ley del karma”. Vivir apegado a esta ley implica responsabilizarse y asumir las consecuencias de cada acto, sin calificarlo de bueno o de malo.


Publicado en Milenio Diario, 5 de mayo de 2004.

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