miércoles, 17 de septiembre de 2008

Intolerancia y futuro: incompatibles

Ayer y Hoy

Hace casi 30 años ser hija de padres divorciados era motivo de franca discriminación. Yo lo viví así. Hoy, que mi hija canta canciones infantiles sobre la diversidad, me gusta pensar que aquello es cosa del pasado. Pero por desgracia, la intolerancia sigue siendo una sombra vigente en un amplio y poderoso sector de la sociedad.

Los valores ultraconservadores que condenan la diversidad van en contra de los avances logrados en el ámbito de los derechos humanos, que buscan proteger la dignidad de las personas y generar condiciones de equidad. Ejemplo claro son las declaraciones de la Sra. Ana Teresa Aranda, presidenta nacional del DIF, en el marco del III Congreso Internacional de la Familia (III-CIF) –celebrado a finales de marzo en la Cd. de México–, en las que se niega a reconocer a las familias cuya cabeza son parejas homosexuales y lesbianas, como tales.

Nuestra postura oficial 

Si consideramos que en la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo (CIPD) celebrada en el Cairo en 1994, México y otros 185 países firmaron un acuerdo en el que se comprometieron a “elaborar políticas y leyes que … tengan en cuenta [la] pluralidad de formas [de las familias]” y a “velar porque todas las políticas sociales y de desarrollo presten apoyo y protección a las familias y respondan plenamente a sus necesidades cambiantes y diversas”1, la postura de la Sra. Aranda y del Congreso en general, representa un retroceso en el debate por los derechos sexuales y reproductivos (que también son derechos humanos y parte de la lucha contra la pobreza).

Discriminación

Este recurrente rechazo hacia los homosexuales y lesbianas es, a todas luces, discriminatorio; la homosexualidad es una preferencia, no una enfermedad ni un “problema” como afirma el organizador del evento citado, Jesús Hernández Ramos, quien “calificó a homosexuales y lesbianas de ‘irresponsables sociales, ya que al no tener hijos se niegan a cumplir con su función en la comunidad’.”2 Claramente, se trata de un discurso con tintes religiosos, que sostiene que la única función de la pareja y particularmente de la actividad sexual, es la procreación. Dentro del contexto religioso –que también es una preferencia–, es un argumento perfectamente válido, pero dicho en un foro laico y en boca de funcionarios de instancias gubernamentales que deberían pronunciarse acorde a la postura oficial de México, está totalmente fuera de lugar.

La otra cara de la moneda

La respuesta de organizaciones de la sociedad civil progresistas y de académicos especialistas en los temas tratados en este III-CIF, fue abrumadora: Católicas por el Derecho a Decidir, por ejemplo, organizó un foro titulado “¿Qué significan nuestras familias para las católicas y católicos?”, en el que se señaló el caracter excluyente y discriminatorio de las conclusiones del citado Congreso, ante la diversidad que caracteriza hoy en día a la institución familiar. En México coexisten familias tradicionales y monoparentales, familias con algún miembro ausente, familias conformadas por parejas homosexuales o lesbianas, familias extendidas y familias conformadas por abuelos y nietos, entre otras.

Por su parte, en el noticiero radiofónico de Carmen Aristegui, el Dr. Carlos Javier Echarri del Colegio de México, expresó su preocupación de que en el 30 aniversario del establecimiento del Instituto Nacional de Población, funcionarios gubernamentales acudieran a un evento que se pronuncia en contra de las reformas a la legislación mexicana sobre población logradas hace tres décadas.

Así somos

Esta es nuestra realidad: una aldea global llena de matices y francas diferencias. Para lograr algo más que la supervivencia en medio de inacabables conflictos –que se traducen en obstáculos en el camino hacia un futuro pacífico en donde quepan el amor y la libertad–, hemos de construir un mundo en el que quepamos todos, en el que los valores giren en torno al respeto y la tolerancia. De otra forma, no lograremos cambiar nuestros patrones históricos de guerra y venganza; seguiremos escribiendo una historia en la que el presente no es más que la promesa de un futuro mejor que nunca llegará.

Ya que la falta de tolerancia es una forma de violencia, propongo aquí un ejercicio diario de pacifismo. Decía Gandhi: “la violencia es el miedo a los ideales de los demás”. La comunidad homosexual no exige que todos tengamos sus mismas preferencias, sólo que las respetemos y reconozcamos sus derechos. ¿Por qué pedirles que se apeguen a las preferencias de la mayoría? 

En cualquier ámbito, es casi imposible imaginar que ante la diferencia, logremos transformar las creencias del “otro” y, cuando no se violan los derechos de los demás, ni siquiera es necesario. ¿Por qué no intentar la convivencia pacífica con respeto al que no piensa igual que yo? De acuerdo al postulado feminista, es posible la igualdad desde la diferencia. No tengamos miedo de convivir en la diversidad. 


Publicado en Milenio Diario el 7 de abril de 2004.




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