La anécdota
El otro día Sabina recibió como regalo dos peluches. Al preguntarle qué nombre les pondría a los tiernos conejitos, ella respondió con gran convicción: “¡No son conejitos mamá, son conejitas!”. La respuesta me llamó la atención, y le pregunté intrigada ¿por qué? Mi pequeña aspiradora de conceptos culturales me dijo con un tono condescendiente, como si estuviera haciendo la aseveración más obvia del mundo: “Pues porque tienen las orjeas rosas mamá”.
Y entonces caí en cuenta de algo interesante. Mi esposo y yo hemos hecho un esfuerzo conciente por no limitar el mundo de nuestra hija al acotado universo de los roles de género preestablecidos para ella, por ser mujer. En consecuencia, por ejemplo, tiene igual número de muñecas que de herramientas, coches y grúas de juguete; algunos de sus libros hablan de hadas, otros de dinosaurios; tiene tantos pantalones como vestidos; usa siempre un par de aretes que señala con vehemencia cada vez que alguien se dirige a ella como “el niño” por aquello de que lleva el cabello corto y le gustan las chamarras azules; no le gustan ninguna de “Las Princesas” y, en cambio, es la fan número uno de “Bob el Constructor”; está convencida de tener diversas vocaciones en la vida, entre las que se encuentran el ser maestra, escribidora, bombera, camionera y chef. En general, parece una niña sin demasiados prejuicios sobre lo que le “debería” gustar por su condición de mujer y eso, ¡me encanta!
Sin embargo veo que, de haber tenido un niño, tal vez me habría costado mucho más trabajo obtener este mismo resultado. Sabina no es la única niñita que usa ropa de color azul y juega con carritos. Pero debo confesar que –pese a mi obstinación en romper con los esquemas que nos limitan a ciertos roles de género-, la mera imagen de un niño vestido todo de rosa y jugando con muñecas me resultaría un poco perturbadora. De hecho, nunca he visto un niño así… y no tendría nada de malo, ¿verdad?
Prejuicios
Se trata tan sólo de un asunto cultural, socialmente aprendido, artificial: el rosa no existe para la mujer ni el azul para el hombre; los niños aprenden a despreciar a las muñecas gracias a la expresión escandalizada de su papá que le recuerda que eso es “de viejas”. Las niñas no jugamos basket-ball porque es muy “brusco” para una “delicada” damita. La familia, la escuela y la sociedad en general fomenta estas diferencias sin sentido. ¿Cuántos hombres no agradecerían haber tomado clases de mecanografía en la secundaria?, ¿cuántas mujeres no valoraríamos haber tomado clases de electricidad para, al menos, perderle el miedo a cambiar un fusible?
La realidad es que pocas veces nos detenemos a reflexionar sobre estos asuntos y la manera en que nuestra actitud ante ellos permea y determina la forma en que los niños y niñas de hoy se viviran como hombres y mujeres mañana. De este aprendizaje dependerá su potencial de tener experiencias de vida completas y no mutiladas por definiciones sociales que coartan su libertad.
Y aunque es un hecho que en el mundo, e incluso en México, las fronteras entre los roles de género son cada vez más flexibles, nuestra cultura está aún empapada de un caracter machista que se refleja hasta en lo más cotidiano. Pregútenle si no a Virginia Tovar, primera mujer en fungir como árbitro central en un partido de futbol soccer profesional mexicano, quien pese a que demostró su capacidad para llevar a cabo su trabajo, recibió un franco rechazo por muchos de los jugadores que no atinaban a verla como una figura de autoridad por el mero hecho de ser mujer.
Ejemplos de esto hay muchos: ¿sabías que el chaleco antibalas, los íconos de las computadoras Macintosh, los rayos láser ópticos utilizados en los reproductores de CDs o los mosaicos de cerámica que usan los transbordadores epaciales para soportar el regreso a la atmósfera terrestre fueron creados por mujeres? En realidad esto no tendría por qué sorprendernos y, sin embargo, lo hace. Estamos demasiado acostumbrados a ver sólo a los hombres en las esferas públicas, no porque las mujeres no hayan figurado a lo largo de la historia, sino porque nunca han sido vistas.
Mirarnos
Una vez más, apelando a la pasada celebración del Día Internacional de las Mujeres, te invito a hacer un esfuerzo conciente por mirar a otras mujeres. Mirarlas en el sentido de reconocerlas en sus esfuerzos, logros, trabajo. Y mirarnos también en el sentido literal. Observa cómo a menudo damos más importancia a la opinión de un hombre, lo miramos más cuando habla; ponemos más comida en su plato, miramos más sus necesidades; creemos más en su potencial para el éxito, miramos más sus habilidades. Mirémonos, también, entre nosotras. Será una agradable sorpresa descubrirnos interesantes, sabias, inteligentes, capaces, exitosas, sensibles, humanas, cercanas y solidarias.
Para leer más:
Las mujeres de la NASA: http://quest.nasa.gov/women/WON.html
*Publicado en la columna "Multiplikhada®" en Milenio Diario, 10 de marzo de 2004.
Actualización:
Hoy día, a cuatro años de escrito el artículo anterior, mi hija Sabina es una niña segura de sí misma, de defender sus gustos y su "estilo" como dice ella. Ama el deporte, jugar a los espías, los osos de peluche y cocinar. No le gustan los vestidos, pero se reconcilió con el rosa "fuerte". Con la reciente llegada de su hermano, descubrió una ternura nueva que le brota por todos los poros cuando está con él. Ya no quiere ser camionera, ni bombera, pero sigue interesada en escribir, la enloquece la cocina y ahora dice que trabajará en la NASA como "astro-paleontolo-física" cuando sea grande.
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