miércoles, 15 de octubre de 2008

Quiero que me amen


Un alma que se sabe amada y no ama, hace traición.

Federico Nietzche


¿Te consideras una persona dadora, alguien generoso con tus sentimientos, alguien dispuesto a entregarte a los demás? Esa es, según dicen, la naturaleza femenina. En principio, porque damos lo más grande que se puede dar: la vida.


Claro está, para dar vida es indispensable recibir el complemento que conforma esa semilla vital, ese ser humano en potencia. Pero el hecho mismo de dar a luz, la transición del bebé hacia el mundo exterior, ese es nuestro privilegio.


Un privilegio que también es un reto, una danza entre la vida y la muerte, una enorme posibilidad que –mientras no nazca y sea capaz de sostener la vida por sí mismo- no deja de ser más que eso: una posibilidad. El feto dentro del útero está, por supuesto, vivo, pero sigue siendo parte de la vida de la madre; puede o no sobrevivir sin ella, dependiendo del momento de gestación. Así pues, parir, es un acto de amor para dar vida.


Las mujeres que no son madres


Y todo esto está muy bien, pero al final de cuentas puede tratarse de un evento único en la existencia de una mujer. O podría ser que una mujer nunca concibiera un hijo, por decisión propia o no. ¿Sería por ello una mujer menos amorosa? Dar a luz es un acto de amor, sin duda, pero evidentemente no  es el único. Muchas mujeres que son madres, no cultivan su capacidad de dar, y van extinguiendo poco a poco la luz de su amor interior. Muchas otras nunca son madres, y cultivan de manera increíble su gran capacidad dadora. No es una cuestión de género, el potencial está en hombres y mujeres, y sin embargo, su manifestación no puede darse por hecho ni en uno ni en otro. Detrás de esta palabra tan usada y abusada, tan llena de imágenes color de rosa, frágiles y cursis, hay una fortaleza de verbos y sustantivos: fuerza, trabajo, responsabilidad, hacer, dar, respetar… 


¿Somos amorosas?


Valdría la pena preguntarnos, ¿somos realmente mujeres amorosas? No lo somos por el mero hecho de ser mujeres, pero podemos serlo por el mero hecho de ser humanos. Analicemos esto.


Hay, como todos sabemos, muchos tipos de amor: el amor a platónico, el amor a Dios, el amor fraterno, el amor materno, el amor a sí mismo, por mencionar algunos. Sin importar el tipo de amor del que hablemos, siempre incluye la noción de dar.


Según Mirra Alfassa ,"el Amor es una de las más grandes fuerzas universales, existe por sí mismo, independientemente de los objetos en los cuales, a través de los cuales y por los cuales se manifiesta, siendo su fluir siempre libre. Se manifiesta en todos los sitios en los que encuentra una posibilidad de manifestación, en todos los lugares donde hay una receptividad, en todo lo que se abre él.”


Pero la función de dar es una que requiere más que la voluntad. Yo puedo desear, con todas mis fuerzas, darle a mi amigo en apuros un millón de pesos para resolver su situación; si no los tengo, no se los puedo dar. La tan conocida frase “No puedo dar lo que no tengo”, encierra una obviedad que, sin embargo, perdemos de vista con facilidad. Y ahí estamos, tratando de dar amor cuando no tenemos ni siquiera la capacidad de amarnos a nosotros mismos, tal vez porque nunca recibimos amor.


El efecto boomerang


También hay otra conocida frase: “todo lo que das, se te regresa”. Y aquí el asunto cobra una complejidad mayor. Si yo no tengo amor, no puedo darlo; si no lo doy, no puedo recibirlo, y para tenerlo debo haberlo recibido. El planteamiento se convierte en un círculo vicioso muy difícil, pero no imposible de romper.


Todos, en algún momento, hemos recibido amor. Aún el ser más abandonado, más solitario, más maltratado… aún él, ha recibido amor en algún momento. Si nacer, es en sí mismo, resultado de un acto de amor de alguien más y tú estás vivo, es que de una u otra forma has recibido amor suficiente para dar.


En su mundo interior, el ser humano puede generar –con tan solo una chispa de amor-, todo el amor que necesite dar. Y aquí sí interviene la voluntad.


De ahí que se afirme que el amor no es incondicional, en ningún caso. Dar y recibir es un constante e infinito flujo de retroalimentación, es el ir y venir de las olas del mar, es el día y la noche, es la ley de causa y efecto.


¿Qué decides?


Pregúntate, pues, si tu capacidad de amar está sólo latente, o si la ejerces con generosidad. Para responderte, no utilices tu pensamiento, sino tu sensibilidad. También puedes saberlo si observas a tu alrededor… como podrás imaginarte, para que el ejercicio de “dar” esté completo, es necesario que alguien “reciba”. Muchas veces, pensamos que damos, pero no nos molestamos en asegurarnos de que la persona que nos inspira a darle, realmente reciba, sienta que le das.  Y si no lo siente, es que no lograste darle… habrá que buscar nuevas formas de amar, para que este sentimiento, el recurso humano más valioso, no se desperdicie. 


Amar, finalmente, es una decisión. Ser amoroso, y recibir amor, también lo es. ¿Quieres amor en tu vida? 


Publicado el 29 de marzo de 2004, en Milenio Diario.

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