El lunes pasado visité una escuela Montessori y fue una experiencia maravillosa. Durante semanas enteras visité muchísima escuelas tradicionales, desde planteles pequeñitos en casas adaptadas cuyos laberintos de escaleras me ponían los pelos de punta, hasta colegios bien establecidos con aspecto de gigantescas fortalezas de concreto que parecían ostentar un radiante letrero de “contra niños”. Las que no me parecían francamente deprimentes, me generaban una enorme repulsión por el espíritu de competencia y la estresante dinámica en la que envuelven a sus alumnos desde el nivel preescolar. Entonces, decidí ignorar todos los comentarios en contra de la educación alternativa e hice una cita en una escuela Montessori: por fin llegué a un lugar en donde todos parecían notar que los niños son seres humanos, pensantes Y sintientes.
Tenía muchas reservas. Había escuchado historias de terror sobre los niños montessori, asegurando que se trataba de pequeños monstruos come-adultos capaces de derribar cualquier autoridad con su falta de disciplina e incapacidad para reconocer límite alguno. Debo confesar que me sorprendió encontrar un ambiente que exudaba justo lo contrario: orden, respeto y armonía.
Ingresé, invitada por una “guía”, a uno de los salones de la Casa de los Niños (lo que comunmente conocemos como preescolar). Este lugar albergaba a un grupo de aproximadamente 20 pequeños, de edades entre 3 y 6 años, que daba más la impresión de ser un grupo de científicos sumamente concentrados en un importante experimento nuclear, que de un amenazante grupo de infantes a punto de derribar la escuela. Mientras sonaban Las Cuatro Estaciones, de Vivaldi en el fondo, niños y niñas estaban sentados en mesitas a su medida muy concentrados en sus respectivas actividades (cada quien hacía algo diferente porque, según me explicó la guía, en este sistema hay un solo juego de cada material para enseñar a los niños a compartir, ser pacientes y esperar su turno). Todos vestían unas impecables batitas amarillas y, ocasionalmente, comentaban algo entre sí. Algunos niños se levantaban con tranquilidad para dejar el material que estaban utilizando en la repisa que les correspondía y elegían otra cosa para jugar. Había dos Guías Montessori supervisando todo el movimiento y moviéndose de una mesa a otra para comentar con el chiquito en cuestión sobre lo que estaba haciendo, lo que iba descubriendo o lo que deseaba lograr. El ambiente era realmente estimulante. En un momento dado una guía comenzó a decir en voz muy baja, “escuchen, escuchen, escuchen…” hasta que todos los educandos voltearon a verla con interes; entonces, ella les hizo notar que el volumen de voz del grupo había subido y que había compañeros que tal vez necesitaran más silencio para concentrarse en lo que estaban haciendo, por lo que les pedía volver a bajar la voz por respeto a los demás. Sin chistar, todos los niños volvieron a sus tareas en silencio. No pude menos que recordar el estruendoso grito de “¡Silencio!” con que las maestras en escuelas tradicionales –al menos en mis tiempos-, solían solucionar ese problema.
Me sorprendió favorablemente darme cuenta de la presencia de dos pequeñitos con capacidades especiales que compartían el espacio totalmente integrados a la pequeña comunidad: ahí, como en la vida real, los espacios eran compartidos con seres humanos de diversas edades, de diferente sexo, de distintas nacionalidades, de varias religiones, de diferentes orígenes socioeconómicos y de capacidades también diversas. Pero, a diferencia de lo que sucede en el mundo “de afuera”, aquí tenía lugar con naturalidad, respeto y equidad. No había discriminación de ningún tipo, ni siquiera entre adultos y niños: en el salón no había un escritorio que le diera algún estatus diferente a la guía, ni un pizarrón en donde se escribiera “La Verdad”. Todos aprendían de todos y respetaban su diversidad, lo que habla de límites aún en ese ambiente de libertad.
Al salir de la escuela, me sentí abrumada por el ambiente hostil de las calles de nuestra gran ciudad; sólo me daban ganas de regresar a la burbuja de paz que se había quedado al interior de la escuela Montessori. Recordé que era el Día Internacional por la Educación No Sexista (21 de junio) y me sentí feliz de saber que cada vez hay más alternativas de educación para nuestros niños, alternativas que, ocupadas en preservar lo mejor del ser humano, promueven la paz y ponen el conocimiento al servicio de la vida y no la vida al servicio del conocimiento.
Artículo publicado en Milenio Diario, el 23 de juno de 2004.
Sitios en internet:
Asociación Montessori Internacional: http://www.montessori-ami.org/ami.htm
Centro de estudios de educación Montessori: http://www.ceemontessori.edu.mx
Asociación de padres que apoyan una educación integral del niño: http://usuarios.lycos.es/apadres/
Sistema Waldorf: www.waldorf.com.mx
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