“Nada es permanente, todo cambia y se transforma momento a momento.” En comprehender esta frase radica, de acuerdo a la filosofía budista, el secreto para acabar con el sufrimiento. Es una verdad tan obvia como que envejecemos un poco a cada instante; como que el día se agota cada segundo; como que tras el deshielo en el invierno florecen los árboles; como que la luna recorre el firmamento ostentando una cara diferente cada noche. Se trata de un hecho contundente que se nos revela a lo largo de la vida, pero que por alguna misteriosa causa no aceptamos con naturalidad. El cambio nos causa gran sufrimiento y vivimos en la eterna ilusión de la permanencia.
Es por ello que nos agobia tanto la muerte, porque no terminamos de entender que es parte inherente de nuestra diaria transformación. Pero nuestro agobio no sólo se manifiesta ante un cambio tan trascendente como el que nuestro corazón deje de latir. También nos estresa que nuestros hijos crezcan, que se nos caiga el pelo, que terminen las vacaciones (o que comiencen, depende del caso), cambiar de trabajo, mudarnos de ciudad, engordar o enflacar, incluso terminar un libro que hemos disfrutado mucho. Como si todo ello no fuera simplemente parte natural de la constante transformación que experimenta la realidad con el pasar del tiempo, como si el cambio no fuera constante y –ese sí-, permanente; la excepción que confirma la regla.
La causa de nuestro cotidiano sufrimiento es, pues, el aferramiento irracional que tenemos hacia todo (porque no es sólo un apego a aquello que nos genera placer, ¿quién de nosotros no se ha apegado alguna vez a una relación dolorosa y destructiva?). Insistimos en lograr la permanencia en nuestras vidas: “y vivieron felices para siempre”, “te amaré eternamente”, “nunca te perdonaré”, “soy feminista”, ajenos a la dinámica de la vida y de la muerte, como si pudiéramos tener el control sobre las infinitas variables de los ejes de la realidad que atraviesan nuestra existencia.
Y aquí me tienen: mudándome de casa y disfrutando la novedad, pero estresada entre cajas, cajitas y cajotas que desempaco día y noche –como enajenada-, con la esperanza de transformar –de manera permanente-, este caos postmudanza en el órden de siempre. Si lograra comprehender, tomaría con más calma la vida -en especial los detalles de la vida- y disfrutaría mucho más el pasar de las horas, los días, las semanas, los meses, los años, los ires y venires de esta danza finita que vivo tan acelerada.
Si lograra comprehender, gozaría mucho más la niñez de mi hija, la compañía de mis padres, la camaradería de mis amigos, la presencia del amor, las gotas de la felicidad que escurren por el cuello de los momentos que pasan desapercibidos.
“Logrando llevar nuestro entendimiento sobre la impermanencia, del pensamiento al corazón … nuestras relaciones se enriquecerán.”1
Es facil teorizar, pero ¿cuándo lograré llevar a cabo esas ideas en momentos de crisis? La tradición budista Kadampa de Tibet sugiere lo siguiente para lograr el entendimiento: “Cuando te encuentres solo, observa tu mente. Cuando estés con gente, observa tu habla.”2 Seguiré practicando… finalmente esta falta de sapiencia, de seguro, tampoco es para siempre.
Para aprender a practicar:
Casa Tibet México
Orizaba No. 93
Col. Roma, CP. 06700
México, D.F.
Tels. 5514-7763, 5514-04443
www.casatibet.org.mx
Citas de:
Thubten Chödron. Corazón abierto, mente lúcida. Ediciones Dharma. Alicante, España: 2001.
multiplikhada@hotmail.com
Publicado en Milenio Diario, el 6 de julio de 2004.
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