Mestizos y racistas, no combina
A más de 500 años de estrategias “civilizantes” -que incluían el exterminio étnico- en pos del “progreso” occidentalizador, el pasado lunes se celebró el Día Internacional de las Poblaciones Indígenas, establecido por la Asamblea General de la ONU en 1993. De acuerdo a la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas del mencionado organismo, “en el mundo habitan 350 millones de indígenas con más de 5000 lenguas y culturas, repartidos en más de 70 países (13.2 millones en México).”1 Lejos de ser reconocidas por la riqueza y diversidad cultural que representan, típicamente estas poblaciones minoritarias son víctimas de sistemática discriminación y violación de sus derechos humanos.
El fenómeno es tan generalizado que, muy a menudo, pasa desapercibido o es solapado. En México podemos verlo desde el uso de la palabra “indio” como insulto, hasta el menosprecio que mostramos hacia el trabajo artesanal de estos grupos o las condiciones de sobreexplotación que viven muchas mujeres indígenas que se dedican al servicio doméstico.
Sujeto de discriminación de género en muchos ámbitos de su vida, la mujer mexicana camina en desventaja con respecto al hombre. Lo sabemos: menores oportunidades de acceso a la educación, menores oportunidades de empleo remunerado, un rezago promedio de 20% en el salario con respecto a los hombres por el mismo trabajo realizdo, doble jornada obligatoria, entre otras diferencias cotidianas.
Si a su condición de mujer le aumentamos su origen étnico indígena, también –por definición- sujeto de discriminación, podemos imaginarnos la posición de desventaja en que vive inmersa una mujer indígena.
No es ningún secreto que, todavía en algunos estados como Oaxaca, existe la venta de niñas para el servicio doméstico por parte de sus padres (y si bien algunos justifican esa práctica como parte de sus “usos y costumbres”, yo sostengo que no es justificable de ninguna manera, y mucho menos aún que alguien que ni siquiera pertenece a esa comunidad ni tiene esos mismos usos, la “compre” como si de mercancía se tratara) ¿Esclavitud en pleno siglo XXI? Pero ¿para qué irnos tan lejos?, ¿cuántos de nosotros no conocemos –o incluso tenemos-, una “muchacha de planta” cuyas condiciones laborales podría cuestionarnos con gran facilidad cualquier funcionario de la Secretaría del Trabajo? La espinita de la culpa nos la sacamos argumentando que “aunque gana poco, le damos techo, comida y hasta nuestra ropa vieja”. Pero el hecho es que son mujeres que realizan jornadas de trabajo muy superiores a las 8 horas, en muchos casos con salarios muy inferiores al sueldo mínimo y sin ningún tipo de seguridad social. Y si bien es cierto que esto es el caso de trabajadoras domésticas en general, una vez más vemos aquí que cuando de mujeres indígenas se trata, es mucho más frecuente.
Pero el objetivo de este artículo no es tan sólo señalar el caso de las trabajadoras domésticas, sino invitarnos a reflexionar sobre nuestra actitud general hacia la mujer indígena –y en todo caso, hacia los indígenas en su conjunto-.
Tal vez la clave para adoptar actitudes de mayor apertura hacia la diversidad, de mayor respeto hacia lo diferente, está en reconocer nuestras propias raíces indígenas y lo valioso de ellas. No sólo está comprobado que las poblaciones mestizas son genéticamente “más fuertes” -en términos darwinianos-, sino que además son mucho más ricas cultural y socialmente. México es un excelso ejemplo de ello. El nuestro es un país mayoritariamente mestizo, por lo que la actitud discriminatoria está por completo fuera de lugar.
Con el pretexto de la celebración internacional antes mencionada, te invito a adoptar algunas prácticas modestas de tolerancia, respeto e inclusión:
- Si no regateas en las grandes tiendas departamentales, no le regatees a nuestros artesanos indígenas: su trabajo tiene mucho más valor del que ellos mismos le dan.
- Si tienes servicio doméstico en casa, especialmente si está recién llegada de su lugar de origen y apenas habla el español, no abuses de su falta de experiencia: págale lo justo y, si tienes oportunidad, págale más.
- Si está en tus posibilidades, paga su cuota - y la de sus hijos- del seguro social. Si no, asegúrate de ayudarle a pagar un servicio médico adecuado cuando lo necesite. También págale vacaciones y aguinaldo, es lo justo.
- Nunca vuelvas a utilizar la palabra “indio” como un insulto. Es una falta de respeto hacia nuestros indígenas.
- No discrimines ni juzgues a los demás por su color de piel o su apariencia física: en nuestro país, la piel blanca es sinónimo de superioridad; la piel morena de inferioridad. Por increíble que parezca, sigue siendo un factor determinante para la decisión de dar un empleo, para elegir el asiento en un autobús, o hasta para fomentar o no la amistad de nuestros hijos con un compañerito de la escuela.
- Aprende a apreciar lo nuestro: lo extranjero no es necesariamente de mejor calidad. Dale un voto de confianza a lo mexicano, empezando por su gente –que somos todos: mestizos e indígenas-.
En pocas palabras, te invito a hacer un ejercicio de verdadera “civilidad”: trata a los indígenas con el mismo respeto con el que tratarías a cualquier otra persona. Aunque sea tan obvio, al parecer tenemos que recordarnos que –de verdad-, todos somos iguales.
1 Gómez Carolina y Alonso Urrutia, “Impostergable, el reconocimiento de los derechos indígenas, afirma la CDI” en La Jornada, lunes 9 de agosto de 2004, p. 15.
Publicado en la columna Multiplikhada, en Milenio Diario, el 11 de agosto de 2004.
No hay comentarios:
Publicar un comentario