viernes, 6 de febrero de 2009

Ante la violencia atroz: compasión, fraternidad amor

La indignación
¿Cómo seguir defendiendo el punto de vista humanista con respecto a la pena de muerte, ante hechos tan delesnables como la toma, por parte de separatistas chechenos, de más de mil rehenes en la Escuela #1 de Beslán, Rusia y el saldo de al menos 338 víctimas –la mitad de ellas niños?, ¿Qué pensar de estas organizaciones separatistas sin escrúpulos que pasan por encima de las reglas humanitarias más básicas? Como lo afirma el padre ortodoxo Antonio, de la iglesia local del pueblo ruso, “No hay perdón para ellos ni en la tierra ni en el cielo”1 Pero, ¿qué significa que no haya perdón?, ¿venganza?

Esta es precísamente la semilla de la violencia interétnica y/o interreligiosa que ha caracterizado a la historia moderna de la humanidad. Guerras en nombre de los ancestros, que fueron muertos por los ancestros de los enemigos actuales… un cuento de nunca acabar.

La indignación no es suficiente. Debe haber algo que podamos hacer. Yo nunca me he manifestado a favor de la pena de muerte, porque creo en el respeto a toda forma de vida, pero confieso que los casos de terrorismo hacen tambalear mis convicciones. Y sin embargo, un atisbo de razón en medio de la tormenta emocional que me provoca la injusticia cometida en los más vulnerables de los vulnerables, me dice que la Ley del Talión, sólo seguiría perpetuando esta sinrazón.

La reflexión
Las respuestas y las soluciones escapan a mi entendimiento de ciudadana común, de esas que no votamos en los Congresos ni en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Lo que sí me queda claro, es que como parte de la raza humana, tengo una responsabilidad moral hacia todos esos desafortunados que han sido víctimas de la enfermedad del poder y del odio que subyacen en los movimientos terroristas. Mi contribución, por pequeña que sea, no puede esperar.

Hay una conocida historia –real-, de una changuita que, accidentalmente, tira la manzana que iba a dar a su cría en la orilla del mar. Al recogerla y probarla, se da cuenta de que la fruta tiene un mejor sabor –gracias al agua salada con que se lavó-. Así que, en adelante, esta mamá changa decide lavar todas las manzanas con agua de mar antes de alimentar a su prole. Como era de esperarse, otras familias de changos aprendieron de este afortunado descubrimiento, y adoptaron la nueva costumbre. La colonia de simios en cuestión, habitaba una de dos islas tan alejadas entre sí, que era imposible que los monos nadaran de una a otra. No obstante, cuando un determinado número de changos de la primera isla había aprendido a lavar sus manzanas en la orilla del mar, espontáneamente, en la otra isla los changuitos comenzaron a hacer lo mismo. La explicación que da la ciencia al respecto, es que se trata de un fenómeno de resonancia que permite que, cuando una masa crítica de determinada comunidad lleva a cabo cierta conducta, ésta se reproduce espontáneamente en otras comunidades –lo que explica por qué se dan fenómenos similares en lugares distantes en épocas cercanas-.2

La razón
Así pues, confiando en los descubrimientos de la ciencia, asumo que la mejor forma en que puedo colaborar a erradicar la violencia de nuestro mundo, es evitándola en mi propia vida. ¿Cómo llevarlo a cabo? A través de un modelo ético universal, que defienda la vida y su esencia más pura. En su artículo del 6 de septiembre en el periódico El País, Juan José Tamayo nos propone una “Etica liberadora” que comparten las distintas tradiciones espirituales. A continuación, los diez principios que enumera:

Ética de la liberación, en un mundo dominado por múltiples opresiones.
Ética de la justicia, en un mundo estructuralmente injusto.
Ética de la gratuidad, en un mundo donde impera el negocio, el interés, el beneficio.
Ética de la compasión, en un mundo en el que impera la insensibilidad hacia el sufrimiento humano y medioambiental.
Ética de la alteridad, de la acogida y de la hospitalidad para con extranjeros, refugiados y sin papeles.
Ética de la solidaridad, en un mundo donde impera la endogamia.
Ética comunitaria fraternosororal, en un mundo patriarcal, donde predomina la discriminación de género.
Ética de la paz, inseparable de la justicia, en un mundo de violencia causada por la injusticia del sistema.
Ética de todas las vidas, de los seres humanos y también de la naturaleza; de la vida de los pobres y oprimidos, constantemente amenazada.
Ética de la incompatibilidad entre Dios y el dinero, en un mundo que compagina la adoración a la divinidad y al oro del becerro.3

La alternativa
No se tú, pero yo deseo contribuir con una vida regida por este tipo de ética al logro de un futuro posible para las próximas generaciones. Esa sería una forma de llevar a cabo la “no violencia activa”. Reitero pues, mi desacuerdo con la pena de muerte; abogo por trabajar en la resolución de las causas que están generando esta indignante ola de violencia mundial (11 de septiembre, 11-M, Beslán, entre muchos otros); expreso mi más profunda compasión por las víctimas inocentes; pongo mi granito de arena para que pronto generemos la causas de la paz para nuestro planeta.

1 Pilar Bonet, “Olor a muerte en las aulas” en El País, Sección Internacional, lunes 6 de septiembre de 2004, p. 5.
2 Dr. Manuel Arrieta, “Superhombre”, Curso de Ciencia y Humanismo: física cuántica aplicada. México, D.F.: 1995.
3 Juan José Tamayo, “El diálogo entre creencias: Ética liberadora de las religiones” en El País, Sección Sociedad, lunes 6 de septiembre de 2004, p. 23.


Artículo publicado en la columna "Multiplikhada", en Milenio Diario, el 8 de septiembre de 2004.

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