martes, 24 de febrero de 2009

Educación sexual, el mejor antídoto.

Esta fue la última entrega de mi columna Multiplikhada en el periódico Milenio. Mi editor, respetuoso como siempre de mi libertad de expresión, la publicó sin chistar. Sin embargo, recibí una llamada suya a los pocos días, para avisarme que mi columna ya no se seguiría publicando a partir de la siguiente semana. Ni siquiera tuve oportunidad de hacer una entrega más para despedirme de mis lectores, muchos de los cuales me escribían con regularidad para darme sus comentarios y compartir sus reflexiones. Le pregunté al editor si la suspensión de mi columna se debía al hecho de haberme pronunciado a favor de la libertad de elección en el tema del aborto, y lo negó. Me dijo que a él lo habían pasado a otra sección del periódico, y que la sección a la que pertenecía mi columna se manejaría a partir de ese momento desde Monterrey, en donde ya tenían completo su equipo de colaboradores. Se disculpó y dio por terminada mi maravillosa experiencia como columnista de Milenio Diario.


Nadie creyó esa explicación. Recibí muchísimos emails de lectores indignados por lo que consideraron una arbitrariedad, asegurando que el problema había sido censura.


No lo sé de cierto, pero todo parece indicarme que así fue.


Con esta entrada pues, termina la Multiplikhada de Milenio... pero esta vez, me rehuso a la posibilidad de cortarla de tajo, y reabro la puerta de esta hada urbana aprendiz de malabarista, para que siga hablándonos de sus variopintas pistas circenses, de su forma de ver y vivir el mundo, de sí misma en sus zapatos de mujer de muchas vidas en una sola.





Yo tuve un aborto a los 18 años. Por fortuna fui bien atendida en un hospital privado, por una doctora que estaba convencida de mi derecho a decidir si quería o no continuar con el embarazo. “No llores”, me decía, “si alguien te está obligando no lo hacemos, si es tu decisión, estás haciendo lo correcto.” Fueron palabras sabias de una mujer valiente que, en la clandestinidad, me dio el derecho a elegir. Aunque fueron insuficientes para librarme de la culpa y el castigo social en un medio atiborrado de prejuicios y miedos a la “furia de Dios” que atormentan innecesariamente nuestras vidas.


A diecisiete años del hecho, sigo pensando que, en mi caso particular, fue la mejor decisión. En mi inmadurez de aquel momento, “hacer el amor” era más una postura de rebeldía que una convicción. Si bien es cierto que la explosión hormonal me pedía a gritos darle “el sí” al que era mi “primer amor”, recuerdo con nitidez que la decisión final la tomé cuando me prohibieron ese noviazgo, en un innecesario intento por “defender mi amor” que entonces veía como la empresa más valiente e importante de mi existencia.


En ese turbulento estado de conciencia lo que imperaba era el impuslo, muy lejos del pensamiento claro y de la toma de decisión responsable. El ritmo parecía la opción más sencilla y me evitaba la pena de comprar preservativos o acudir a un ginecólogo para que me recetara anticonceptivos. Mis cálculos fueron errados y pronto estaba en la encrucijada más difícil de mi vida: “Estoy embarazada”.


Ni siquiera quise decírselo a mis papás. Tenía miedo de que me dijeran “tenlo”. Yo sabía que no quería tenerlo; estaba por entrar a la universidad, tenía mil planes por delante. Por recomendación de una conocida, llegué con la doctora que me practicó el aborto en un lugar seguro, acompañada sólo de mi amiga que –tan espantada como yo-, apretaba mi mano y me limpiaba las lágrimas de miedo y el sentimiento de culpa; también me ayudó  conseguir el dinero para pagarlo. Fue un golpe de buena suerte ir a dar ahí y no a una clínica clandestina en donde mi vida pudo haber estado en riesgo.*


Tanto dolor no era necesario: la decisión sobre iniciar mi vida sexual la iba a tomar tarde o temprano. Los chaperones, las prohibiciones y la sobrevaloración de la virginidad no lo iban a impedir. ¡Qué diferente habría sido tomar mi decisión con el apoyo y orientación de mi familia (o con la orientación de alguna organización como las que hoy informan con mayor libertad a los jóvenes)!  En ese tiempo tenía otra amiga –también adolescente-, que algún día me contó cómo sus padres celebraron con ella su decisión de tener relaciones sexuales con su novio: le regalaron una rosa roja, como símbolo del inicio de su vida sexual como mujer. También le recordaron –a ella y al novio-, que tenían que estar a la altura y actuar con responsabilidad. Me causaba gran admiración y envidia. Supongo que ella no tuvo que gastar una pequeña fortuna en terapia para convencerse a sí misma de que el sexo no era sucio ni malo… y muy probablemente, tampoco tuvo un embarazo no deseado. 


Te comparto esta parte de mi historia para conmemorar el Día por la Despenalización del Aborto en América Latina y el Caribe* y para dejar asentado que este debate no puede separarse del de los derechos sexuales de los jóvenes (incluidos el ejercicio de su sexualidad, con suficiente información y responsabilidad). En la medida en que la sexualidad deje de ser un tabú, la educación sexual será mucho más fácil y con ello, la incidencia de embarazos no deseados –y la propagación de enfermedades de transmisión sexual-, disminuirá significativamente.


Mi intención no es la de promover el aborto –aunque sí el derecho a decidir-. Mi propuesta está, sobretodo, enfocada a la destabuización de la sexualidad, parte de nuestra naturaleza. No es posible regir su ejercicio con base en prejuicios que sólo obstaculizan la posibilidad de vivirla en plena conciencia a través de una adecuada y oportuna educación sexual. El mejor momento para empezar es lo antes posible; el mejor lugar, la familia. Tal vez una rosa roja no vaya con tu estilo, ¿qué tal un constante voto de confianza y amor a tus hijos que les permita acercarse a tí en uno de los períodos más difíciles y confusos de sus vidas, como lo es la adolescencia y su despertar sexual?


Nota: *La conmemoración, que se celebró el 28 de septiembre,  “tiene el objetivo de buscar mecanismos legales que permitan a las mujeres tener derecho al aborto en caso de embarazos no deseados, pues el 74 por ciento de mujeres que se los practican ponen en riesgo su vida al hacerlo de manera clandestina.”1 


Fuente:


1 Argelia Villegas López,  “Se buscan mecanismos que faciliten el aborto legal”, www.cimacnoticias.com, lunes 27 de septiembre de 2004.


Más información:


Talleres de Educación Sexual para niños y para papás: Vicenta Hernández Hadad. Tel. 5544-8155


Diplomado “Jóvenes, sexualidad y derechos”, Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir, tel/fax 53 36 15 39 y 40, www.ilsb.org.mx 


Campaña El aborto por violación es legal. GIRE: www.gire.org.mx, Tel. 5658-6223



Artículo publicado en la columna Multiplikhada, en Milenio Diario, el 29 de septiembre de 2004. Ultima publicación de Multiplikhada en Milenio.

2 comentarios:

Martha Ilián Salgado dijo...

Sí, tienes razón. La educación es una buena herramienta para evitar desgracias. Pero, cada vez, es más común que jovenes con eduación, salud, buen entorno familiar etc. se lancen a la aventura de una experiencia físico-amorosa, a muy temprana edad y por las razones más variopintas. Y ¿qué pasa con nosotros los papás? ¿Qué hacer o qué reacción tener, cuando un crio de 14, te dice que ya es activo sexualmente... ¡¡¡pero si ni sus zapatos puede guardar!!! ¿No crees que el ejercicio de uno de los grandes placeres de la vida, requiera de la mayoría de edad? ¿Cómo hacerle ver a la criatura (que se asume cómo "sabelotodo") que hay un tiempo para todo? ¿Tú qué harías?

Lilyán de la Vega dijo...

Martha Ilián,

¡Gracias por seguir Multiplikhada! ¡Me dio un gusto enorme vertepor aquí!

Vaya pregunta... Sería maravilloso que nos entregaran a los recién nacidos con un manual de "Preguntas Frecuentes", y no... también es maravilloso que la vida nos ponga ante el reto de ir encontrando nuestras propias respuestas.

Por supuesto que, como mamá, debe ser para que le tiemblen a uno las piernas que un hijo (o hija) se acerque y nos diga que ya es sexualmente a los 14. Pero, querida, si lo hace, si a sus 14 te tiene la confianza para decirte algo tan íntimo, ¡algo estarás haciendo bien!

Desde mi punto de vista -y por favor toma nota de que no soy experta en el tema, pero me atrevo a darte mi opinioón personalísima porque me lo has pedido-, no hay una edad "correcta" para iniciar la vida sexual. Por supuesto que para tener una vida sexual activa sin consecuencias no deseadas, se requiere de una actitud responsable y madura, pero ¿quién nos dice que la edad nos da eso?

Lo que yo creo es que hay que dar a nuestros hijos toda la información posible sobre lo que implica tener relaciones sexuales, toda la atención y acompañamiento necesarios durante su infancia para que se conviertan en jóvenes maduros que actúen con responsabilidad para no contraer enfermedades de transmisión sexual o contagiar a otros, y por supuesto para evitar embarazos no deseados; y todo el apoyo para que sepan que, si pese a todo, se enfrentan a un problema relacionado con este -o con cualquier otro- tema, pueden acudir a nosotros en primerísima instancia. Porque les daremos nuestro apoyo incondicional en cualquier circunstancia.

¿Qué es lo que tanto nos angustia de que nuestros hijos se vuelvan sexualmente activos? ¿Se trata sólo de nuestra preocupación por su salud y su futuro, o tenemos prejuicios y creencias limitantes de corte moral que nos hacen ver el sexo como algo malo? ¿Qué pasaría si le quitáramos el caracter de tabú al tema del sexo y nos permitiéramos mirarlo como lo que es, algo natural que debería de ser gozoso y amoroso? ¿por qué no, en vez de enfocarnos en la prohibición del sexo, nos enfocamos en hablar de él libremente, desde siempre, con enorme respeto por lo que implica la entrega de dos personas en un acto amoroso? Y lejos de volverlo un acto transgresor, lo reconocemos como un acto natural que requiere responsabilidad por todas sus implicaciones?

No sé Martha Ilián, no sé si estoy en lo correcto. Pero tú como historiadora sabes que la sexualidad en ninguna época -ni en las más represivas- ha podido ser domesticada. Se despierta cuando se despierta... ¿No eran comunes los matrimonios entre niños de 14 años hace apenas 3 ó 4 generaciones (aún hoy en día lo son en comunidades rurales)? Y si de todas formas somos incapaces de apaciguar las hormonoas de nuestros jóvenes hijos con nuestros sermones, ¿por qué no mejor acompañarlos con respeto y amor?