jueves, 18 de junio de 2009

De ser una mamá normal

Es increíble, han pasado ya 9 años de que comenzó mi aventura en este raro mundo de la maternidad. Le digo raro, ¡y suena raro! Como si no lleváramos milenios siendo mamás, como si fuera una experiencia extraordinaria cuando para que seamos los más de 6 mil millones de habitantes en el mundo, tiene que ser algo de lo más normal.

Y sin embargo, para cada una, ¡es una experiencia única e irrepetible! No hay nada de normal en ella... todo se altera alrededor, adentro, afuera, arriba, abajo. El mundo nunca vuelve a ser igual. Y no porque de pronto se vea invadido por un millardo de mariposas amarillas como en las novelas de realismo mágico; no porque a partir de que nace un bebé todo se vuelva armonía y paz en el afortunado hogar; no porque a las mujeres se nos dulcifique el carácter y la voz con la llegada del primogénito y hasta aprendamos a cantar arrullos; no porque con el nacimiento de un hijo nos invada una sensación de realización indescriptible que nos llena de dicha y nos hace sentirnos siempre radiantes y felices. De hecho, creo que todo lo que acabo de describir, es de lo menos normal...

Por lo general, si una invasión de mariposas amarillas pasa por nuestra ciudad cuando nace nuestro bebé, es muy probable que ni siquiera lo notemos porque estaremos aturdidas, desveladas, agotadas y con energía apenas suficiente para alimentarlo toda la noche y todo el día; el afortunado hogar suele volverse un desórden los primeros días -en algunos casos, los primeros años-, y la armonía, si antes existía, suele desaparecer con las diferencias entre los enamorados padres con lo que se refiere a la crianza de un niño (que si lo dejas llorar o no lo dejas llorar para que se duerma, que si lo cargas mucho o poco, que si nunca me ayudas a cambiarle el pañal, que si necesito que llegues más temprano para ayudarme a cuidarlo y que yo pueda meterme a bañar, que si ya te vomitó tu traje nuevo y faltan diez minutos para tu junta... y una larga lista de etcéteras que cualquiera con un querubín en casa pueda evocar con facilidad); en cuanto a la voz y el carácter... ¿alguno de ustedes recuerda gritos, miradas y órdenes más aterradoras que las de nuestra mamá educándonos? Yo, hasta la fecha, la única canción de cuna que he cantado no es de cuna... es "El niño del tambor" ¡la única canción infantil que me sabía cuando nació mi primera hija. Pero por fortuna mi monótona entonación es suficiente para ayudar a dormir a mi hijo de dos años. Y la realización.. bueno, ese es todo un tema para debatir, digno de un libro entero. Baste decir en este momento que hay muchos, infinidad de momentos en donde se siente una gran dicha y una enorme satisfacción por el privilegio de acompañar y formar la vida de un pequeño que te adora como si fueras Dios en persona. Pero también recordar que, muchas veces, la realización se encuentra en lograr un equilibrio entre los distintos ámbitos de nuestra vida, y la necesidad de volvernos multifascéticas para lograr ese equilibrio, nos quita el aspecto radiante y más bien nos deja algo ojerosas.

Lo anterior para decir que hoy, cumplo 9 años de ser mamá. Mi Sabina cumple 9 años de haber llegado a mi vida. Juntas cumplimos 9 años de aprender a comprendernos, a convivir en armonía o al menos a combatir las diferencias con amor una y otra vez. Tenemos 9 años juntas, y nos sentimos dichosas de tenernos una a la otra. Ambas hemos aprendido a lidiar con nuestras mutuas limitaciones: ella sabe que necesito trabajar para mantener viva mi alma, y sabe que eso significa que, a menudo, no pase tantas horas como quisiera a su lado; yo sé que, cuando se siente aburrida por eso, su primera opción es ver la tele (cosa que me duele en el corazón y en la culpa), y que si quiero que quite sus ojos de la caja boba, debo desprender los míos de la pantalla de la computadora y ponernos a jugar.

Ambas sabemos del amor inconmesurable que sentimos por la otra, ambas sabemos que somos afortunadas de tenernos. Ambas sabemos que somos imperfectas, pero que lo que es totalmente perfecta, es la vida que nos da la oportunidad de seguir apendiendo y creciendo juntas... aún dentro de esa normalidad que le da a un hogar la presencia de una mamá no-perfecta.

¡Felicidades, mi niña!

Había una vez una Sabina
que de un brinco alegre
invadió mi casa, mi cama, mi vida.

Se asomó impaciente,
ojos bien abiertos
y grito potente.

Se prendió a mi pecho
y de un sorbo hambriento
bebió mi presente,
transformó el futuro
y se instaló de prisa
en todos los cuartos
de mis pensamientos.

Tres año más tarde,
un metro más alta,
ojos luminosos
y elocuente habla,
baila todo el día,
rie a carcajadas.

Pero por la noche,
seria y consternada,
se acerca a mi cuello,
me abraza muy fuerte
y en secreto dice
"No te vayas mami,
o voy a estar triste".

Y se duerme pronto
con una sonrisa
pícara y torcida,
y vuelve a invadirme,
de la noche al alba,
mi niña Sabina,
con sus ojos luces,
salta, ríe, llora,
llenando de abrazos
y oníricos besos
mi vida del sueño.

Hasta que a lo lejos,
temprano y con frío,
me despierta un grito,
lleno de energía
y alegre inconciencia...
"¡Mamáaaaa!"

Y empieza de nuevo,
el cuento de siempre,
había una vez una Sabina...

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