martes, 21 de julio de 2009

¡Cómo renueva un cambio!

Abres la puerta de mi casa, normalmente una puerta hacia mi mundo, y ¿qué te encuentras? Una montaña de cajas que impiden ver el paisaje a través del ventanal del balcón. Sí, ¡nos mudamos! El proceso es largo, titánico, cansado. Pero nunca tedioso. Es toda una aventura. Adentrarse en un clóset que vas a vaciar es caminar la ruta de los últimos años de regreso. Más a la mano está lo que más usas. Y en lo más profundo, aquello que guardaste hace años pensando que usarías algún día. Buena oportunidad para el recuerdo, para el recuento, y para la limpieza de cajones y de almas. Buena oportunidad para aclarar los ganchos, las repisas y el futuro. Buena oportunidad para decir adiós a lo que ya no sirve, a lo que ya no uso, a lo que ya no le hace bien a mi vida o a mi cuerpo. Buena oportunidad para soltar... soltar... soltar.

Mudarme es fascinante. Está la expectativa del nuevo lugar. ¿Cómo quedará en aquella hermosa pared tan blanca mi cuadro favorito?, ¿cómo se verá en mi nueva habitación ese futón, esa planta, ese canasto?, ¿cómo sonará la música de cuerdas en esas paredes que todavía no se apropian de mi aroma?, ¿cómo estaré yo ahí, y los míos, y tú?

También está, por supuesto el adiós al pasado. Recientemente leí algo lindísimo sobre el pretérito... lo decía Séneca, y aunque ahora el libro ya está empacado y no puedo citarlo al pie de la letra, lo recupero en la memoria: el pasado es el único tiempo seguro. Está a salvo de los miedos, de las expectativs que no pueden cumplirse, de la fatalidad. Es, lo que fue. Sin más. Y es un tesoro para guardar sin demasiada avaricia. Sólo para asomarse a él de vez en cuando, en aquellas ocasiones en que la vida nos recuerde que no somos página en blanco. Que ya vivimos, que ya aprendimos, que podemos renovarnos y crecer a cada instante.

Así es mudarse. Este hogar que hoy tiene la geografía modificada por cajas, periódico y recuerdos empacados, quedará atrás. No como se ve ahora desde la puerta de entrada, sino como fue la mayoría del tiempo: hermoso, cálido, hospitalario, seguro.

No fue el hogar más feliz que he tenido. Aquí viví tiempos difíciles, pérdidas irreparables, ausencias dolorosas. El año más difícil de mi vida hasta ahora, se quedará aquí. Y apenas un pedacito, el que conlleva el aprendizaje, me lo llevaré en las memorias, para recordar cuando sea necesario, por qué es tan preciada una sonrisa. Pero -y aquí me encanta el "pero" porque descarta el enunciado anterior en su mayor parte- aquí también viví momentos muy gozosos. Estuvo siempre lleno, repleto del amor de las personas que han estado a mi lado en las buenas y en las malas; fue testigo del nacimiento de mis alas y de mi hijo menor, un ancla a la vida en su momento. Fue el entorno en donde mi hija y yo estrechamos nuestros lazos y nos volvimos amigas incondicionales. Fue un hogar que me mantuvo a flote en la tormenta. Fue un hogar que me vio crecer y volver a enamorarme. Fue un hogar que vio transformarse la tristeza en asombro por la vida y sus infinitas posibilidades. Fue un hogar que tuvo también espacio para la risa renovada y el placer de vivir como si el sol nunca se hubiera puesto. Fue el lugar en donde asumí mi vocación como escritora y eché andar una carrera en ese rubro. Fue el hogar en el que cumplí cuarenta, y me vi a mi misma satisfecha con lo aquí logrado.

Ahora nos vamos. Le damos gracias, le dejamos nuestro amor para que el próximo habitante de este espacio reciba sólo lo hermoso que aquí fue experimentado. Y nos llevamos cada miligramo de todo lo aprendido.

En unos cuantos días, en aquel nuevo hogar, renovados, abriremos la puerta y veremos de nuevo la belleza, el órden, y sentiremos la alegría y el amor.

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