jueves, 6 de agosto de 2009

Príncipe Renato o Iván el Terrible

Ser mamá es un reto inquietante. Surgen tantas preguntas. Mi hijo está en lo que llaman "los terribles dos". Ahora comprendo por qué le llaman así a esta etapa de la vida en la que un niño se debate entre conquistar su independencia y seguir jugando a ser el centro del universo. Con mi hija mayor no lo viví. Ella fue muy dócil desde un inicio y hasta la fecha. En cambio su majestad, el Príncipe Renato, ha decidido hacerme una demostración en vivo de la dichosa etapa, para que no me quede con las ganas de entender lo que significa, supongo.

Renato es un niño amado a quien su mamá le ha tratado de enseñar el significado de la palabra "límites" de la misma manera en que lo hizo con Sabina, su hermana mayor, exitosamente. Sólo que este Príncipe se ha convertido últimamente en Renato El Terrible. Tiene una sonrisa encantadora que utiliza de forma muy oportuna cuando su atribulada progenitora está a punto de estallar encolerizada por alguna conducta repetitiva que le ha sido imposible erradicar. Por ejemplo, el drama telenovelesco cuando llegan de la calle y deben entrar a la casa. El chamaquito, con espíritu aventurero, no quiere volver nunca a su hogar y -pese a su incapacidad para comunicarse con palabras que el resto de la humanidad podamos comprender-, lo demuestra ostensiblemente.  Y justo cuando la cantaleta de "tenemos que entrar a la casa" ha sido repetida las 10 veces reglamentarias antes de perder la compostura, él sonríe conquistadoramente y dice la única frase que pronuncia con claridad: "No, mamá", inclinando su cabecita de manera irresistible, y poniendo ojos de borreguito a medio morir.

De acuerdo. Estamos hablando de una madre enamorada de su vástago, no es posible negarlo. Pero más allá de su embeleso, esta madre sabe muy bien que los límites son importantísimos para la felicidad de cualquier ser humano. Y es por ello que se debate a menudo entre su convicción por ser  firme y su preocupación por coartarle demasiado la libertad a un espíritu evidentemente independiente... ¿Lo dejo llorar para que aprenda a dormirse solo o lo arrullo en mis brazos como él quiere para que se duerma sintiéndose amado por su madre? Sí, la respuesta es evidente, es necesario encontrar un término medio. Pero cuando han pasado 60 minutos de dejarlo llorar y no se duerme, entrar para equilibrarlo resulta un contrasentido... Tampoco se trata de criar un niño que sea incapaz de dormirse por sí mismo y crear una dependencia enfermiza del arrullo para que él pueda conciliar el sueño. ¿Y si alguna noche ella no está, el niñito tendrá insomnio?

La realidad es que no espero respuestas. He leído "Duérmete niño", el libro más recomendado para el caso, más de dos veces buscando orientación. He conversado sobre esto con personas que tienen opiniones dimetralmente opuestas. En realidad, sólo estoy pensando en voz alta para ordenar las ideas y los sentimientos encontrados.... Y con esto, me viene a la mente la frase favorita de mi mamá en estos casos: Sigue tu intuición.

¡Ups! Cómo me gusta esa palabra, "intuición". Suena tan sabio ese consejo. Pero después de 9 años de ser madre debo confesar que aún no encuentro mi intuición para estos casos, y sin importar la decisión que tome, termino sintiéndome culpable (o por dejarlo llorar, o por flaquear y entrar a su rescate).  

En cualquier caso, se aceptan besos, abrazos y apapachos para esta "experimentada madre" que esta noche parece primeriza... :-(  Estoy segura de que mañana me sentiré más confiada y en paz con mis decisiones, pues bien dice Anita: "Seguro que hay sol, mañana..."
 

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